Le acarició el pelo subiendo desde la nuca, resguardándose del tacto lívido del espaco sin ella, engarzando sus dedos musicales a los bucles de aquellos cabellos negros como los silencios de su trompeta. Y otra nota que se deslizaba por la espalda de ella, otra gota de un amor imposible que se resbalaba hasta la curva de un cuerpo que él jamás osaría tocar si no era a través del jazz, mientras ella le escuchaba desde la barra, meciéndose cadenciosa, sugerente, ignorando que él, desde el escenario, le hablaba de piel desnuda y humo, de su piel, del humo que se salía de sus labios y lamía los extremos de la música. Nota prolongadas para declarar un deseo, caricia intensa entre los rincones prohibidos de la concupiscencia de su anhelo...Y ella que hablaba y bebía y fumaba, y se expandía, porque lo era todo sin saberlo, ocupaba cada espacio vacío, objeto de dioses infames que se divertían violando a las musas. ¡Ay, deidad indiferente, ahí tienes la cabeza de Amstrong, las manos de Davis, la boca de Jerry Roll! Son todas para ti, mujer de jade...Aunque quizás sí sabía, quizás simplemente se dejaba adorar, le permitía condescendientemente invadirla de aquella manera pueril, dibujarla en el aire azul de las noches del club.
Los dedos de él sujetaron la trompeta como su cintura, le apartó un mechón de pelo con un fa, delimitó el óvalo de su cara con un re, así, suavemente, y abriendo su boca le robó la vida eterna en el último do, mientras el público, incluída ella, comenzaba a aplaudir, despertando, sudorosos, de los brazos del amante.
miércoles, 9 de abril de 2008
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